Michel Pastoreau en su obra: Una historia simbólica de la Edad Media (Pastoreau 2004  385 ctd Beorlegui 2011)[1], formula una pregunta similar: ¿una prenda de vestir roja sigue siendo roja cuando nadie la mira? y se responde diciendo, que ningún teólogo ni hombre de ciencia hubiese propuesto este problema antes del siglo XVII (Id. 149). Más aún, en la Edad Media esta pregunta sería anacrónica porque “el color no se define como un fenómeno perceptivo sino como una sustancia, es decir, como una verdadera envoltura material que reviste a los cuerpos, ya sea como una fracción de luz (Id. 147)[2].

El autor prosigue afirmando que para los pensadores de la Edad Media, en su mayoría hombres de Iglesia, el color no representa un horizonte sensible, sino que un problema filosófico – teológico: En los primeros siglos del cristianismo, son muchos los Padres que hablan del tema y, luego de ellos, lo hace la mayoría de los teólogos medievales. Mucho antes que los pintores, los tintoreros, o los heraldos de armas, son ellos los primeros ´especialistas´ del color. En sus plumas, este aparece con frecuencia, ya sea bajo la forma de metáfora, ya sea bajo la forma de atributo, ya sea, sobretodo, porque plantea un problema de fondo, vinculado con la física y la metafísica de la luz y, por ende, con la relación que el hombre de aquí abajo establece con lo divino. Para la teología medieval, en efecto la luz es la única parte del mundo sensible que es a su vez visible e inmaterial. Es visibilidad de lo inefable y, como tal, emanación de Dios (Pastoreau 2004  147).

 

La proporción, la integridad, y la claridad

En la plenitud de la Edad Media, Santo Tomás de Aquino habla – retomando  ideas difundidas antes que él por otros autores – que para existir belleza es necesario tres cosas: la proporción, la integridad, y la claridad o luminosidad. El estudio de la claritas o la “estética de la claritas” como la llama Umberto Eco (2002 93), se deriva al hecho  de que en numerosas civilizaciones identificaban a Dios como luz: “el Baal semítico, el Ra egipcio, el Ahudra iranio son todos ellos personificaciones del sol o la benéfica acción de la luz” (Eco 2004 102), que conducen a la “concepción de Bien como Sol” (Id. 102)[3]. Santo Tomás de Aquino argumenta que la manifestación y la cognocibilidad de aquello que es perfecto se denominan claridad. El término “claridad” tiene que ver con “luz”. (Super Sent., lib. 2, d. 13, a. 2co)[4]. 

En el Escrito sobre las Sentencias, el Doctor Angélico, caracteriza la luz como una cualidad visible y por ende limitada a las cosas sensibles, sin embargo, dice que este término también se puede aplicar – por analogía – a las cosas no sensibles, esto es, las espirituales: “se llama luz en lo espiritual a aquello que se tiene para la manifestación intelectiva, así como se tiene la luz corporal para la manifestación sensitiva. No obstante, la manifestación se encuentra más verdaderamente en lo espiritual” (Cfr. Super Sent., lib. 2, d. 13, a. 2co).

Por otra parte Santo Tomás, refiriéndose a lo dicho por San Agustín, dice que la luz está más en las cosas espirituales que corporales, no por la noción propia de la luz sino según la noción de “manifestación”.  La “luz” expresa lo que en algún cuerpo es claro en acto e ilumina otros cuerpos como el sol y “claridad” lo que es recibido en el cuerpo – transparente o translucido – iluminado (Cfr. Super Sent., Lib. 2, d. 13, a. 3),  como el aire, el agua, ciertas piedras y el vidrio. La diferencia entre la luz y la claridad es la misma que existe entre el calor y lo calentado por algo que está ardiendo; entre algo que es causa y el efecto. En conclusión podemos afirmar, junto con el Aquinate que: Dios es luz y las criaturas son “iluminados”, gracias a esa “Luz” que viene de Dios.

 

El color: ¿Es Luz o Materia?

Con respecto al color, Michel Pastoreau formula una pregunta a propósito del color: ¿es luz o materia?  El autor sostiene que para la Iglesia, lo que está en juego es importante. Si el color es una fracción de luz, participa ontológicamente de lo divino, puesto que Dios es luz. La ampliación del color sobre la tierra, significa disminuir el de las tinieblas, significa extender la luz y, por lo tanto, extender a Dios. La búsqueda del color y la búsqueda de la luz son indisociables (Pastoreau 2004  148). Por otra parte, continúa Pastoreau, si el color no es luz, entonces es materia y por lo tanto un envoltorio innecesario creado por el hombre que en último análisis entorpece la visión de Dios. Afirma, además que este problema constituyó una discusión, no sólo en el orden  teológico, sino que también a nivel de la cultura y la vida cotidiana medieval (Id. 148). El autor argumenta que este dilema se remonta a los tiempos antiguos. En efecto, la Biblia casi no habla de los colores. También afirma que, algunos autores se refieren al color como algo que oculta otra cosa (celare), y por lo tanto disimula y engaña (Pastoreau 2004 149). Esta opinión, recuerda Pastoreau, no fue compartida por los Padres de la Iglesia, por el contario, ellos glorificaron el color: “Los colores se llaman así porque nacen del calor (calore) del fuego o bien del sol” (De Sevilla ctd en Pastoreau 2004 150). También refiere que las primeras reacciones con vistas a restringir la presencia del color se originan a fines del siglo XI y comienzos del siglo XII, en especial con San Bernardo de Claraval (Cfr. Duby ctd en Pastoreau 2004 150), que en función de un ascetismo monacal   no toleraba nada que tuviese color (Cfr. Pastoreau 2004  151-153), y en materia de imágenes la única que aceptaba era la del crucifijo (Id. 151). Sin embargo, comenta Pastoreau, casi a la par emerge la figura de Suger de Saint –Denis que al igual que los grandes Abades de Cluny piensa que “nada es demasiado bello para el servicio de Dios” (Id. 153) y que poniendo en práctica lo anterior convierte su abadía de Saint –Denis en un templo del color (Cfr. Bruyne 121).

 

Para el hombre medieval todo tenía un significado

A su vez, Umberto Eco, continua afirmando que en el hombre de la Edad Media “cree firmemente que todas las cosas del universo tienen un significado sobrenatural, y que el mundo es como un libro escrito en las manos de Dios” (Eco 2005 121). Eco continúa diciendo que para el medieval todos los animales tienen un significado moral o místico, al igual que las piedras y todas las hierbas. El autor argumenta, siguiendo lo anterior, que a los colores también se les llegó a atribuir significados, ya fueran positivos o negativos, no en tanto los estudiosos ofrezcan  opiniones, muchas veces, contradictorias respecto al significado de cada color. Eco afirma que lo anterior obedece a dos razones: la primera, dado el simbolismo medieval, una cosa puede tener dos significados (de ahí que el León simbolice, ora a Jesucristo, ora al demonio). La segunda, una vez que la Edad Media se prolongó por espacio de casi diez siglos, período muy largo donde ocurrieron cambios en los gustos y hasta la interpretación del significado de cada color (Ibid.). Por ejemplo, prosigue el autor, en los primeros siglos el color verde y azul eran considerados de poco valor, probablemente dice, debido a que no se conseguían  to8nalidades azules vivas y brillantes. A partir del siglo XII, el azul se convertirá en el color apreciado por su valor místico, predominando en los rosetones y vidrieras de las grandes catedrales, contribuyendo a filtrar la luz de forma “celestial” (Id. 123). Continuara…

 

Padre Pablo Beorlegui, EP.


[1] El presente artículo es un extracto adaptado de la tesis doctoral “Los Dos Angélicos” (Cfr. Beorlegui 2011)

[2] Recién a partir del año 1780 algunos filósofos comenzaron a definir el color como una sensación, la sensación de una elemento coloreado por una luz que lo ilumina, recibida por el ojo y transmitida al cerebro; esa definición terminó por prevalecer  sobre las demás en nuestra época contemporánea.

[3] Dionisio Areopagita en sus obras La jerarquía celeste y De los Nombres Divinos, representa a Dios como “Luz”, “fuego”, “fuente luminosa”, Las mismas imágenes se encuentran en Juan Escoto Eriugena.

[4]“Respondeo dicendum, quod in hoc videtur esse quaedam diversitas inter sanctos. Augustinus enim videtur velle, quod lux in spiritualibus verius inveniatur quam in corporalibus. Sed Ambrosius et Dionysius videntur velle, quod in spiritualibus non nisi metaphorice inveniatur. Et hoc quidem videtur magis verum; quia nihil per se sensibile spiritualibus convenit nisi metaphorice, quia quamvis aliquid commune possit inveniri analogice in spiritualibus et corporalibus, non tamen aliquid per se sensibile, ut patet in ente, et calore; ens enim non est per se sensibile, quod utrique commune est; calor autem quod per se sensibile est, in spiritualibus proprie non invenitur. Unde cum lux sit qualitas per se visibilis, et species quaedam determinata in sensibilibus; non potest dici in spiritualibus nisi vel aequivoce vel metaphorice. Sciendum tamen, quod transferuntur corporalia in spiritualia per quamdam similitudinem, quae quidem est similitudo proportionabilitatis; et hanc similitudinem oportet reducere in aliquam communitatem univocationis, vel analogiae; et sic est in proposito: dicitur enim lux in spiritualibus illud quod ita se habet ad manifestationem intellectivam sicut se habet lux corporalis ad manifestationem sensitivam. Manifestatio autem verius est in spiritualibus; et quantum ad hoc, verum est dictum Augustini, quod lux verius est in spiritualibus quam in corporalibus, non secundum propriam rationem lucis, sed secundum rationem manifestationis, prout dicitur in canonica Joannis, quod omne quod manifestatur, lumen est; per quem modum omne quod manifestum est, clarum dicitur, et omne occultum obscurum”  “Responderé diciendo que en esto se ve que hay una cierta diversidad entre los santos. En efecto, S. Agustín dice  que la luz se encuentra más verdaderamente en lo espiritual que en lo corporal. Pero S. Ambrosio y S. Dionisio dicen  que no se encuentra en lo espiritual sino metafóricamente. Y esto parece ser lo más verdadero, porque nada por sí sensible concurre en lo espiritual sino metafóricamente, puesto que cualquier cosa común se puede encontrar en lo espiritual y en lo corporal de forma analógica, sin embargo no algo por sí sensible, como es evidente en el ente, y el calor; el ente, efectivamente, no es por sí sensible, lo que es común a ambos; sin embargo, el calor, que es por sí sensible, no se encuentra de forma propia en lo espiritual. Y por lo tanto, puesto que la luz es una naturaleza por sí sensible, y una forma determinada por lo sensible; no puede decirse que esté en lo espiritual sino equívoca o metafóricamente. Con todo, sabiendo que se transfieren las cosas corporales en espirituales por alguna similitud, la cual es ciertamente similitud de analogía y es necesario reducir esta similitud a una unidad de univocidad, o analogía; y de esta forma se encuentra en el tema de la discusión: se llama luz en lo espiritual a aquello que se tiene para la manifestación intelectiva, así como se tiene la luz corporal para la manifestación sensitiva. No obstante, la manifestación se encuentra más verdaderamente en lo espiritual, y por esto, es verdadero lo dicho por S. Agustín, de que la luz está más verdaderamente en lo espiritual que en lo corporal, no según la propia razón  de la luz, sino según la razón de la manifestación, conforme es dicho en el canon de S. Juan: que todo lo que se manifiesta es luz, de tal modo que todo lo que es manifiesto, es llamado claro, y todo lo que es oculto, obscuro. (Traducción nuestra).