A lo largo de la historia han existido muchos filósofos e innumerables artistas. Se dice que algunos filósofos han influenciado pintores y escultores, así como, las obras de arte han servido de inspiración para muchos intelectuales; quizás, ambos nacieron para “caminar juntos” a pesar de que muchos dicen que son dos cosas totalmente distintas.

Platão à esquerda e ao seu lado Aristóteles.
“Escola de Atenas”, por Rafael, Palácio Apostólico, Vaticano

Según el diccionario de la Real Academia Española artista es una persona dotada de la virtud y disposición necesarias para alguna de las bellas artes y filósofo es aquel que examina algo como filósofo, o discurrir acerca de ello con razones filosóficas[1]. Son dos cosas distintas pero como fue enunciado arriba se pueden complementar. Pero, quién es mayor o mejor ¿el artista o el filósofo?

Pedro Urbina en su libro Filocalía o amor por la belleza  se inclina por el artista; el autor nos dice  que el artista como hombre es más completo que el filósofo, porque el filósofo se aquieta –termina- con la contemplación de la verdad encontrada y  si hace algo, ya es más que filósofo. Por otra parte, argumenta el autor, el artista contempla y hace al mismo tiempo, por lo tanto, la contemplación del artista es activa y su acción es contemplativa, finalizando que el artista es un inteligente activo; Por otro lado, nos dice, que el filósofo es sólo inteligente; cuando hace algo más, es más que filósofo. El filósofo es lento: razona mientras que el artista ve.

Urbina argumenta que la finalidad del filósofo es encontrar la Verdad y gozar en ella, mientras que la finalidad del artista no es terminar la obra artística, comenta que esto sería empobrecedor si ése fuera su fin, su fin final, porque no lo es, responde el mismo autor, el artista persigue un fin real, no ficticio ni subjetivo; acrecentando que el último fin del artista es la Belleza.

El artista que termina una obra no ha terminado, muy al contrario; su perpetua insatisfacción es indicador de que su fin es el real: la Belleza, y contemplar la misma concluye el autor. Finalmente Urbina dice que, casi podría decirse que la vocación del artista es una vocación al fracaso, esto es, hace bellezas, pero la Belleza ya está hecha porque la Belleza es; y  el artista, como un “Tántalo en suplicio”, hace y no puede dar el ser; dice que el filósofo ni lo intenta. Ningún hombre, ninguna criatura, puede dar el ser. Sólo Dios, que lo es infinitamente, crea.

A propósito del papel de artista o de los artistas Benedicto XVI en un discurso de Septiembre de 2007, agradeciendo un concierto, comentó lo siguiente: “Quizá os haya sucedido a vosotros lo mismo que a mí: los sonidos maravillosos de las dos sinfonías me han hecho olvidar la cotidianidad y me han transportado al mundo de la música que para Beethoven significaba una revelación más alta que cualquier sabiduría y filosofía. La música, de hecho, tiene la capacidad de remitir, más allá de sí misma, al Creador de toda armonía, suscitando en nosotros resonancias que nos ayudan a sintonizar con la belleza y la verdad de Dios, es decir, con la realidad que ninguna sabiduría humana y ninguna filosofía podrán expresar jamás [2].”

La música es un ejemplo de lo que hace un artista y si esta, en los decires del Papa emérito, provoca este “éxtasis” ¿No será acaso uno de los medios más eficaces, y quizás de los menos utilizados, para evangelizar a los hombres de hoy? Seguramente un tema para un próximo post…

Pe. Pablo Beorlegui, EP


[1] Cfr. Diccionario RAE, disponible en: http://buscon.rae.es/drae/?type=3&val=artista&val_aux=&origen=REDRAE  el 6 de Noviembre 2013