Continuando el artículo anterior[1] y siguiendo la línea argumentativa de Eco, Michel Pastoreau sostiene que además el color “cumple una función teológica, litúrgica, emblemática, ´atmosférica´. Es tonalidad, catarsis, símbolo, ritual. La iglesia debe pensarse con respecto a sus colores (Pastoreau 2004 155)[2]”.  También afirma que al hombre medieval le gustan los colores, pues éstos representan riqueza, alegría, pobreza, seguridad: El hombre medieval introduce una clara  distinción entre los colores yuxtapuestos y los colores superpuestos. Para él sólo los primeros pueden ser desagradables a la vista, estando relacionados con la noción de ´abigarrado´ y remitir a valores negativos. Por el contario los colores superpuestos, es decir, situados en planos diferentes, constituyen un sistema armónico y valorizador (Pastoreau 2004 158).

En opinión de Pastoreau, si la Iglesia es templo del color, “también es templo del oro” (Pastoreau 2004 159). Afirmando que el oro tiene un vínculo estrecho con el color, que a su vez, es materia y luz, pero también color: Un color entre muchos y un color con un estatus en particular. Eso explica las relaciones dialécticas sutiles entre el oro y el color, tanto en plano artístico como en el plano simbólico. Ambos son energías luminosas, “luces materializadas”. Pero el oro también es calor, peso, densidad; participa de la simbología de los metales, lleva un nombre mágico y, en la escala medieval de las materias, sólo las piedras preciosas son superiores a él (Pastoreau 2004 159).

Pastoreau recalca que el hombre medieval se vale del oro para orquestar juegos de colores  y de luces que son como que mediaciones entre el mundo de arriba y el de abajo (Pastoreau 2004 159). El autor también afirma que el oro plantea un problema ético: “en cuanto luz participa del intercambio con lo divino; es el buen oro. Pero, en cuanto materia, expresa la riqueza terrestre, el lujo, la codicia: es una vanitas” (Id. 160). Efectivamente para Pastoreau: Cuando es color, el oro representa la saturación absoluta y vuelve a plantear, pues, el problema moral de la densidad cromática, expresada arriba. Esto puede ser sutil para expresar determinadas escalas de valores: el oro, que en la cultura y la sensibilidad medievales tiene poco que ver con el color amarillo, pero tiene que ver mucho que ver con el color blanco, a veces sirve para traducir  la idea del blanco intenso, de “súper blanco”, intermedio cromático con frecuencia necesario para jerarquizar lo celestial o lo divino (como, por ejemplo, el mundo de los ángeles), pero que en la pobre gama de los blancos, ni el léxico ni la pintura pueden transmitir de manera satisfactoria. En la Edad Media el oro es más blanco que el blanco (Pastoreau 2004 160).

 

“Bellas son las cosas de color nítido”

Las afirmaciones anteriores, tanto de Pastoreau como de Eco, aluden a la gran inclinación cromática que manifestaron los medievales. Ellas nos sirven para comprender, en toda su trascendencia las cualidades que los teóricos otorgaron al color como causa de la belleza. Sin tener presente estas premisas, podría parecer superfluo la visualización de Santo Tomás cuando considera “bellas las cosas de color nítido” (Summa Theologiae, Iª, q. 39, a.8). En efecto, el Aquinate en las Sentencia De sensu argumentará: “Sin embargo, difiere en cuanto a que el cuerpo colorido tiene en sí mismo la causa de su color, pero el cuerpo perspicuo recibe la luz de otro. Y por eso dice que la luz es color del cuerpo inteligible por accidente, esto es: por otro,  y no porque la luz sea acto del cuerpo inteligible de suyo. En efecto, que su acto sea según otro, se manifiesta por lo siguiente: cuando algún cuerpo ígneo, esto es, resplandeciente, se acerca a uno perspicuo, por su presencia se  queda iluminado el perspicuo, y de la privación [de su presencia] se queda obscurecido. Sin embargo, no es así con el color, porque el color permanece en el cuerpo colorido, esté presente o ausente cualquier otro cuerpo; a pesar de que sin luz no sea visible en acto.” (In De sensu et sensato, tr. 1 l. 6 n. 6)[3]

El Doctor Angélico en la cita anterior vincula al color cierta forma y acto, haciendo una comparación: “así como el color es forma y acto del cuerpo colorido,  así también la luz es forma y acto del cuerpo inteligible”. El Aquinate argumenta que la diferencia radica en que lo diáfano recibe la luz de otro, mientras que el cuerpo coloreado posee en sí mismo la causa de su color, a pesar de que éste no sea visible en acto sin la claridad. Así, permanece en el cuerpo coloreado la presencia o ausencia de luminosidad. En otros términos, el cuerpo pintado tiene un color propio que proviene de su composición interior, por lo tanto, ese color es visible en potencia porque la claridad lo vuelve visible en acto. El color se completa en la luz como la superficie se completa con el color y, finalmente, el cuerpo o volumen se completa en la superficie. Santo Tomás en la lección siete del mismo tratado, así lo explica: “Luego, cuando dice, da la razón con respecto al modo de generación de los colores intermedios. En primer lugar asigna la generación de los colores intermedios. En segundo lugar, la distinción de éstos mismos, que [son] muchos y así han de ser. Por lo tanto, dice a lo primero que, además del modo anteriormente mencionado, hay un segundo modo de generación de los colores intermedios según la apariencia, por el cual uno de los colores aparece a través de otro,  así, de dos colores resulta la aparición de un cierto color intermedio. Y pone dos ejemplos: primero en los artificios; así como cuando los pintores ponen un color sobre otro, de tal forma que ponen por debajo el color más manifiesto, es decir, el más fuerte y tenaz. De otro modo, si se pone el más débil por debajo, de ningún modo aparece: y esto principalmente hacen cuando quieren hacer en su pintura que algo aparezca, y si es en el aire o en el agua pura, como cuando pintan peces nadando en el mar, entonces superponen al color más fuerte, de los peces, algún color débil, casi como el agua. Y pone otro ejemplo en las cosas naturales. El sol, por sí, parece ser blanco, a causa de la claridad de la luz; pero, cuando es visto por nosotros a través de nubes o de humo liberado por los cuerpos, se hace violeta, es decir rojizo. Y así, es claro que aquello que por sí es de un solo color, cuando es visto a través de otro color, aparece de un tercer color. Del mismo modo que el humo, por sí, no es rojizo, sino más bien negro.” (In De sensu et sensato, tr. 1 l. 7 n. 9) [4]

 

El color blanco

En este pasaje el Aquinate nos habla de que el color no es otra cosa sino luz de algún modo oscurecida por la mezcla del cuerpo opaco, porque la luz no llega a las partes interiores del cuerpo, tocando apenas la superficie (In De sensu et sensato, tr. 1 l. 7 n. 109). Por otra parte el autor afirma que la naturaleza de la luz es difundirse al ser recibida a través de todo lo diáfano ilimitado – por ejemplo el aire -, mientras que el color se manifiesta en la extremidad o superficie de los cuerpos limitados (In De sensu et sensato, tr. 1 l. 7 n. 13). También dice que la transparencia no es una propiedad solamente del aire, del agua, o del algún cuerpo similar, por ejemplo el vidrio; sino que de una cierta naturaleza común de los cuerpos, en algunos más y en otros menos. Los cuerpos compuestos con más aire o agua son más transparentes y los cuerpos con elementos provenientes de la tierra son menos transparentes y por lo tanto más opacos (In De sensu et sensato, tr. 1 l. 7 n. 16). Por último, San Tomás define que el color es la extremidad de lo transparente en un cuerpo limitado (In De sensu et sensato, tr. 1 l. 7 n. 17). También señala que la claridad que está en la extremidad  de lo transparente en los cuerpos limitados crea  el blanco. Entre todos los visibles el blanco tiene el máximo de claridad y el negro, el mínimo, debido a que este último proviene de la ausencia de claridad, es decir, no es color sino privación de la luz. El Doctor Angélico considera que el blanco es el primero de los colores; para demostrar su aserto, se servirá del principio de que aquello que es primero en cualquier género, es uno, de ahí que sea necesario que el blanco sea uno en el género del color, o sea,  la medida de los colores. En resumen, el blanco es la perfección del color de la cual se aproximan de menor o mayor medida los demás colores (In Metaphys., Lib. 10, t.1, n. 14). Volviendo a la Sentencia De sensu, el Aquinate comenta a propósito de los colores intermediarios que tienen que ver con la proporción, la consonancia y los sabores intermediarios (In De sensu et sensato, tr. 1 l. 7 n. 11 – 12).

En lo que concierne a la belleza, el Aquinate realza la relación que tiene esta última con la claridad. La claridad es manifestación o evidencia, porque ella comporta cierta evidencia según el cual algo tiene el esplendor que lo vuelve visible (De malo, q.9, a.1, co). La noción de visibilidad o evidencia expresa el de la manifestación de la cosa, así como el ver que la cosa se manifiesta así. De modo que algo – por ejemplo: una cualidad o forma,  tal como la figura, el color el sonido, o un acto – se torna evidente a los sentidos cuando es percibido por sí; una noción por ejemplo: el ser, no ser, uno, el bien, de la parte, del todo, del exceso, entre otros – se vuelve evidente al intelecto  cuando es conocida por sí; y una proposición es evidente para el intelecto cuando es conocida por si como principio, o conocida por medio de otra que es captable de por sí; en relación a estos aspectos, se habla también en términos  de manifestación, claro o claridad (Ibid.).

El color es luz y la luz es color

El Aquinate argumenta que en el caso de la Belleza, la claridad es la evidencia de lo sensible debidamente proporcionado y completado, esto último entendido como una terminación perfecta (De malo, q.9, a.1, co). Con lo expuesto anteriormente se podría afirmar que la claridad expresa cierta difusión de lo que es perfecto, por lo que se concluye que cuanta mayor perfección tenga la cosa, mayor será su potencia activa y, por lo tanto, su accionar que se puede extender  a más cosas. La claridad es relativa a la causa formal, que es causa del conocimiento; causa que implica  la relación para con la potencia cognoscitiva. El autor concluye que la belleza incluye la noción de causa formal que tiene relación con la potencia cognoscitiva (Suma Teologica, Iª, q. 5, a. 4, ad 1) y, por lo tanto, la propiedad de la claridad expresa la manifestación de la belleza. Por otra parte Santo Tomás distingue dos tipos de resplandores: el del cuerpo como el del alma (Suma Teológica Iª-IIae, q. 89, a. 1). En el cuerpo o volumen, el brillo es la manifestación de la disposición interior de los miembros y del color, que define lo que es bello; por otra parte ese brillo proviene de la claridad que se agrega de lo exterior. En el alma, un brillo es habitual, porque se trata  de la correcta disposición interior o virtud; otro brillo es actual, como un resplandor que proviene del exterior o gloria, que es, el bien espiritual de alguien que se manifiesta al conocimiento de los otros y es visto como bello[5]. Concluyendo que, cuando el Aquinate dice: “bellas son las cosas de color nítido”, afirma que, la luz se reduce a una cualidad activa que resulta de la forma sustancial del sol y que halla en el cuerpo diáfano una disposición a recibirla y a transmitirla. Por otra parte el color visible nace en el fondo del encuentro entre dos luces, la que es irradiada  a través del espacio diáfano y, por lo tanto, el color se completa en la luz y la luz en el color. Dentro de los colores el más importante es el blanco porque es el resultante del fulgor o resplandor que se manifiesta en los extremos de los cuerpos limitados. Añade, además, que todos los colores se resumen en el blanco. Si, por analogía, Dios es luz, también se puede decir – aún en el campo de la analogía – que también es color; y mientras más color tenga las cosas que representen a Dios más fácil será la comprensión del mismo. Si a lo anterior le añadimos, siguiendo al Aquinate, que el color blanco es el más importante de todos los colores por ser el primero y resumen de los demás; Dios se ve mejor representado con los colores blancos y no con cualquier blanco sino un “súper blanco” que, según afirma Pastoreau, es el dorado.

Por Pe. Pablo Beorlegui, EP


[1] El presente artículo es continuación de un post que fue publicado anteriormente en este mismo blog. Es un extracto adaptado de la tesis doctoral “Los Dos Angélicos” (Cfr. Beorlegui 2011)

[2]  El autor también afirma que el significado real de los colores en la Edad Media se debe de estudiar con más rigor científico para llegar a lo verdadero de las causas. Por ejemplo los colores violentos de la Saint Chapelle y los colores discretos de la catedral de Reims, eso debe ser estudiado.

[3] “Differt autem quantum ad hoc quod corpus coloratum in seipso habet causam sui coloris, sed corpus perspicuum habet lumen ab alio. Et ideo dicit quod lumen est color perspicui secundum accidens, idest per aliud, non quia lumen sit actus perspicui inquantum huius. Quod autem sit actus eius secundum aliud, manifestat per hoc, quod, quando aliquod corpus ignitum, scilicet actu lucidum, adest perspicuo, ex praesentia eius fit lumen in perspicuo, ex privatione vero fiunt tenebrae. Non sic autem est de colore; quia color manet in corpore colorato quocumque praesente vel absente, licet non sit actu visibilis sine lumine.” (Traducción nuestra)

 

[4]  Deinde cum dicit unus autem ponit secundum modum generationis mediorum colorum. Et primo assignat generationem colorum mediorum. Secundo distinctionem ipsorum, ibi, multi autem et sic erunt. Dicit ergo primo, quod praeter modum praedictum est unus alius modus generationis mediorum colorum secundum apparentiam, per hoc, quod unus colorum apparet per alium, ita quod ex duobus coloribus resultat apparitio cuiusdam medii coloris. Et ponit duo exempla: primum in artificibus; sicut quandoque faciunt pictores ponentes unum colorem super alium, ita tamen quod manifestior color, idest fortior et tenacior, subtus ponatur; alioquin si debilior poneretur subtus, nullatenus apparet: et hoc praecipue faciunt quando volunt facere in sua pictura quod aliquid appareat ac si esset in aere vel aqua, ut puta cum pingunt pisces quasi in mari natantes, tunc enim superponunt fortiori colori piscium, quaedam debilem colorem, quasi aqua. Aliud vero exemplum ponit in rebus naturalibus. Sol enim secundum se videtur albus propter luminis claritatem; sed quando videtur a nobis mediante caligine sive fumo resoluto a corporibus, fit tunc puniceus, idest rubicundus. Et sic patet quod id quod secundum se est unius coloris, quando videtur per alium colorem, facit apparentiam tertii coloris. Fumus enim secundum se non est rubeus, sed magis Níger.  (Traducción nuestra).

[5]Se recomienda observar estos aspectos sobre el brillo en las imágenes del siguiente apartado.