Cada año en diciembre las familias acostumbran a armar en un lugar noble de la casa el pesebre navideño. Si bien cada uno tenga su peculiaridad y belleza, todas reúnen algunas piezas esenciales que nos recuerdan el misterio de la gruta de Belén. En el centro, el Niño Dios rodeado primeramente de la Santísima Virgen María con su castísimo esposo San José y luego dos grupos de personajes muy característicos y de importante valor simbólico: Los pastores y los reyes magos.

A ellos el Niño Dios se les manifestó de modo diverso aunque el mensaje es el mismo. ¿Cuál será la manifestación más perfecta?

Una persona con un gran espíritu religioso pensará que es la de los pastores, pues solo imaginarse el cielo repleto de ángeles cantando una música celestial nunca antes oída en la tierra es de asombrar a cualquiera que entienda bien lo que eso significa, pues estamos hablando de millares de ángeles cantado en el cielo en medio del silencio  nocturno de una campiña en pleno siglo I, época en que se puede hablar de silencio con toda propiedad pues no existían fábricas ni motores ni ruido algún a no ser el de los grillos nocturnos. Sin duda alguna fue un espectáculo grandioso, la manifestación más perfecta.

Mas otra persona más dada a las cosas naturales, a los fenómenos atmosféricos, a las constelaciones de las estrellas dirá que fue la gran estrella que guio a los Magos y que Santo Tomás afirma que fue un astro creado por Dios colocado no en el espacio sideral, sino en la atmósfera terrestre y que se movía según el designio divino.[1] Sin duda alguna una estrella tan singular despertaría hoy en día la atención de miles de centros astronómicos así como de muchas personas al notar algo tan especial y una vez más pensemos que en aquella época, cuando no existía luz eléctrica, el cielo estrellado era una verdadera maravilla, un espectáculo que solo podemos conocer cuando viajamos al campo, lejos de la ciudad. Verdaderamente debió ser una estrella fuera de lo común para diferenciarse muy bien de las demás.

El Doctor Angélico comenta[2] que así como una demostración científica se hace a partir de principios evidentes para aquel a quien se dirige la demostración, así Dios quiso manifestarse a los pastores a través de los ángeles pues como judíos que eran, estaban habituados a las revelaciones angélicas mientras que los Magos como buenos astrónomos quiso manifestarse a través de una estrella.

¿Cuál será más perfecta? ¿Los ángeles o la estrella? Compliquemos un poco más el asunto, ¿será que solo hubo dos manifestaciones del Niño Dios?

Santo Tomás comenta[3] que existe una tercera, más perfecta que las anteriores. Uno imaginaría que para ser superior a la aparición angélica y a la estrella debió ser un espectáculo inimaginable y sin embargo al ver el pesebre no encontramos un tercer grupo que llene esta expectativa. ¿Cuál será entonces?

El Aquinate continúa diciendo que a los justos les es familiar y habitual ser instruidos por el instinto interior del Espíritu Santo por medio del espíritu de profecía, sin la intervención de signos sensibles.

Hubieron dos personajes, dos justos, dos profetas que aunque no están representados en el pesebre recibieron también la manifestación divina, no de manera material y visible, más de una forma más perfecta, la voz de la gracia en su interior.

Simeón y Ana. Un anciano sacerdote y una anciana profetisa, quienes creyeron ardientemente en la voz interior que les decía que verían al Salvador.

Fueron dos justos que sin signos exteriores que son más fáciles de creer, adhirieron con la virtud de la confianza a esta noción que la gracia colocó en sus almas.

Esta manifestación requiere por lo tanto una fe robusta que espera sin ver, cree sin dudar, confíar contra toda dificultad que verán realizada la promesa. Y podríamos afirmar que fueron más dichosos que los pastores y los magos pues vieron en sus brazos con una profundidad mayor, un mérito mayor y una alegría mayor a la Palabra hecha carne, al Niño Dios.

Dios siempre está en comunicación con nosotros en el silencio interior de nuestras almas, mas requiere de nuestra parte una atención especial, pues en medio de la agitación y las preocupaciones del mundo moderno pasa desapercibido.

A medida que se crece en santidad, la fe se robustece, se adquiere profundidad de espíritu y la confianza en Dios se fortalece. Alcanzamos una sensibilidad mayor a la voz de la gracia que suena en nuestro interior constantemente y que el P. Thomas muy bien lo describe en el inicio de su libro: “Voz de Cristo, voz misteriosa de la gracia que resonáis en el silencio de los corazones, vos murmuráis en el fondo de nuestras consciencias palabras de dulzura y de paz.”[4]

Pidamos a la Santísima Virgen María, quien “guardaba todas las cosas meditándolas en su corazón” (Lc. 2, 19) nos conceda la gracia de la vida interior y nos abra los oídos del alma para la constante manifestación de Dios en nuestro interior.

 Diác. Hugo Vicente Ochipinti González, EP


[1] S. Th. III, q.36, a.7 So

[2] S. Th. III, q. 36, a. 5 So

[3] Idem

[4] SAINT LAURENT. P. Thomas de. O libro da confiança. São Paulo: Artpress. p. 9 (traducción nuestra)