Ningún personaje más enérgico o más trágico, subió al palco de Israel que el profeta Jeremías[1].
Sobre él, cuyo nombre significa Yahvé exalta, tenemos muchos datos en su propio libro. Nació en la ciudad de Anatot, cercana a Jerusalén, alrededor del año 645 a.C. Perteneciente a una familia sacerdotal de la tribu de Benjamín, fue llamado por Dios para ejercer su misión profética a partir del décimo tercer año del reinado de Josías (627), extendiéndose también bajo los sucesores de éste rey: Joacaz (609), Joaquín (609-598), Jeconías (598-597) y Sedecías (597-587) (cf. Jr 1,2-3).
Su mensaje consta, sobre todo, de amenazas y catástrofes, pero también de promesas de restauración. Él recibió de Dios la misión de anunciar la ruina de Judá y vio personalmente el cumplimiento de ese vaticinio; pero también tuvo el consuelo de pronosticar el futuro reino mesiánico.
Veamos lo que nos dice sobre la persona del profeta el P. Matos Soares, en su traducción de la Biblia a la lengua portuguesa: “Jeremias possuía um coração extremamente sensível, e o patético, quer do amor quer do sofrimento, atinge às vezes o ápice no seu livro. A ternura de Deus para com o seu povo e a mágoa de se ver por ele incorrespondido, o esmagamento do profeta ante a ruína moral e política de sua amada nação, as alegrias pela reconciliação e o feliz reflorir, fazem vibrar as cordas mais íntimas do seu coração. A alma comovida de Jeremias irrompe então em calorosas estrofes de lirismo sublime e comovedor. Se em grandiosidade de imagens, vôos de fantasia e esplendor de fraseado cede o lugar a Isaías, no que tange à espontaneidade e à intensidade de afeto, Jeremias supera a todos os poetas hebraicos[2].”
Dotado de extrema sensibilidad y cierta timidez, Jeremías acepta generosamente el llamado de Dios y enfrenta con espíritu de sacrificio todas las oposiciones que se presentan en su camino.
Es común en la vida de los profetas la oposición del pueblo cuando es censurado por sus idolatrías y malas costumbres. Jeremías es un caso típico de este género. El pueblo hebreo está en una crisis religiosa y moral con pocos precedentes en su historia, y Jeremías tiene que combatir y solucionar esa situación. Al iniciar su ministerio perduraban todavía los pésimos efectos del reinado de Manasés (697-643), que abrió las puertas a las costumbres idolátricas en la religión de Israel y se convirtió en una nueva referencia de todo lo que de peor podía suceder en Judá (cf. 2Re 21,1-9). Fue contra esos desvíos que el profeta tuvo que clamar, sobre todo en los primeros años de su predicación (Jr 1-6).
Aunque el joven Josías -considerado el último gran rey de Judá (cf. 2Re 23,25)- hubiese dado inicio a partir del 621, con enérgico celo, a la renovación religiosa del país, esa reforma no tuvo alcance duradero. La muerte prematura del monarca en Meguido (609 a.C.) al querer impedir el paso del ejército del faraón Necao, que se dirigía hacia el norte en ayuda del rey Asur-Ubalit II, y ciertamente con intenciones de quedarse con lo que restaba del imperio asirio, decretó un fin rápido a esa reforma. Probablemente Jeremías aprobó la iniciativa de Josías. El hecho de no haber sido conservado ningún discurso de Jeremías durante ese periodo podría ser una muestra de que él veía la realización de sus postulados en la reforma del rey. Sin embargo, después de la muerte de Josías, Jeremías entra nuevamente en escena, esta vez con más energía, contra los sucesores de Josías y los sacerdotes, lo que trajo como consecuencia una persecución por parte de éstos (cf. Jr 26,7-15; 32,2-3; 37,11-16).
Así lo confirman los padres Nácar y Colunga, en su traducción de la Biblia a la lengua española:
“No es, pues, de extrañar que Jeremías hubiera de beber muchas veces el amargo cáliz del dolor. Insultos, oprobios, cárceles, acusaciones de traición a la patria, asechanzas contra su vida, todo lo hubo de soportar, y en tanto grado, que a veces el dolor le forzaba a levantar sus ojos a Dios en son de queja y hasta maldecir el día de su nacimiento con un tono que supera en fuerza de expresión al de Job[3].”
El odio contra Jeremías es tal, que a veces tiene deseos de morir y lanza gemidos a Dios pidiéndole clemencia. Como Moisés, siente miedo ante la tarea dada por el Señor –pues toda misión profética sobrepuja las fuerzas humanas–, entretanto, como sucede con estos hombres providenciales, él está dispuesto a sufrir todo para hacer la voluntad del Altísimo.
* * *
Cuando el rey Asurbanipal (669-633) subió al trono de Nínive, el imperio asirio todavía mantenía el poder que había heredado de las conquistas hechas por Asaradón (681-670), pero hacia el final de su reinado surgieron los primeros síntomas del crepúsculo asirio, que se acentuaron después de su muerte. El príncipe caldeo Nabopolasar (626-605) dio inicio a una sublevación y con la ayuda del rey medo Ciaxares, tomó la ciudad de Asur en 614. Posteriormente la capital asiria Nínive, cayó en mano de los aliados el año 612. El último soberano asirio Asur-Ubalit II huyó para la ciudad de Harán, donde resistió con ayuda de los egipcios al ataque de Nabopolasar durante tres años. Pero finalmente cayó en 609 en manos del rey caldeo.
A partir de aquí el poder de Babilonia comienza a extenderse por el Oriente Medio; sobre todo después de la victoria del hijo y sucesor de Nabopolasar, el gran Nabucodonosor, sobre el ejército del faraón Necao en la batalla de Karkemish (605 a.C.). Babilonia se convierte en la soberana de toda la región; y en la persecución contra Necao, Nabucodonosor impone su poder sobre Judá, donde posteriormente surgen dos facciones opuestas: una favorable a los egipcios y la otra a los caldeos (cf. Jr 40,7-16). Por inspiración divina Jeremías recomendaba la sumisión al rey de Babilonia. Eso trajo como consecuencia que el profeta fuese injuriado y luego encerrado en una oscura prisión por los partidarios de Egipto. (cf. Jr 37,14-28). Cuando Nabucodonosor tomó Jerusalén en 587, Jeremías fue libertado y su amigo Godolías fue nombrado Gobernador; pero cuando éste fue asesinado, los israelitas egiptófilos obligaron a Jeremías a ir con ellos al país del Nilo, donde posteriormente murió[4].
En este contexto de inseguridad y de tragedia personal debemos estudiar los oráculos de Jeremías. No es fácil establecer una cronología de la mayor parte de ellos, mas conocemos perfectamente el ambiente histórico en el cual se desarrolló su misión; y nada muestra mejor el amor del profeta por su pueblo que las continuas intercesiones por él. Todo esto nos sirve para comprender la actividad profética y literaria del benjamita de Anatot, que podría talvez merecer el nombre de mártir.
Por ALEJANDRO JAVIER DE SAINT AMANT
Paper de grado para optar al título de maestría en teología
Profesor: P. Dr. Hernán Cardona SDB
UNIVERSIDAD PONTIFICIA BOLIVARIANA
ESCUELA DE TEOLOGIA, FILOSOFIA Y HUMANIDADES
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BIBLIOGRAFÍA
BÍBLIA SAGRADA. Traducción de Matos Soares. 43ª ed. Brasil: Edições Paulinas, 1987, 1409 p.
BRIGHT, John. História de Israel. 7ª ed. Brasil: Editora Paulus, 2003, 621 p.
COUTURIER, Guy P. Jeremías, en Comentario Bíblico “San Jerónimo”, tomo I. Madrid: Ediciones Cistiandad, 1971, 886 p.
HAAG, Herbert. Diccionario de la Biblia, traducido al español por el padre Serafín de Ausejo, O.F.M. Barcelona: Editora Herder, 2000, 1063 p. (2126 columnas).
SAGRADA BIBLIA. Traducción de Nácar-Colunga 5ª ed. Madrid: BAC, 1953, 1583 p.
[1] Cf. BRIGHT, John. História de Israel, p. 401.
[2] Bíblia Sagrada. Trad. Matos Soares. 43ª ed. São Paulo: Paulinas, 1987, p. 851.
[3] Sagrada Biblia. NÁCAR-COLUNGA, p. 944.
[4] COUTURIER, Guy P. Jeremías, p. 794-795.
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